Un farmacéutico está cerrando la farmacia y, en ese preciso instante, llega un padre angustiado a solicitarle un medicamento porque su hijo tiene un ataque de asma y podría morirse si no se lo administra. El dueño del local mira con parsimonia el reloj que está expuesto en la pared y dice: “Lo siento, cierro a las 10 de la noche y son las 10 y un minuto”. El padre alega que no hay otra farmacia abierta a esa hora y que si no le vende el medicamento, su hijo morirá. La respuesta del hombre es terminante: “¿No me entendió, señor? Ya cerré”. El papá, al borde de un ataque de nervios, le suplica, le pide que se ponga en su lugar, que piense en su hijo… Pero el otro se atrinchera detrás de la puerta, le pone llaves, apaga las luces y se retira al interior del local. Independientemente de la irracionalidad del farmacéutico, lo que me interesa señalar es su incapacidad para crear alternativas de solución cuando las pautas prefijadas no funcionan.
La pregunta es obvia: ¿No podría cerrar el local cinco minutos después? La historia termina en que el papá del niño rompe el vidrio, penetra con furia a la farmacia y se lleva el medicamento a la fuerza. ¿Qué tipo de falta es más censurable? ¿Penetrar en una propiedad privada sin autorización y robarse un remedio (sancionado por la ley) o dejar morir a un enfermo porque su padre llegó un minuto tarde (sancionado por la moral)? ¿Hasta dónde queda justificada la acción de robar para salvar una vida? En definitiva: la ley vs. la moral. No todo lo legal es ético, ni todo lo ético es legal. Obviamente, no estoy sugiriendo que se deba violar la ley cada vez que queramos; simplemente intento mostrar las consecuencias de no tener en cuenta las excepciones.
Vale la pena acotar que en las encuestas realizadas sobre este caso en particular, la mayoría de los encuestados suelen estar de acuerdo con la actitud del padre. No me cabe duda de que la rigidez puede llegar hasta este extremo o más.
Extractado del libro:”el poder del pensamiento flexible” de Walter Riso