Cavando, para montar un cerco
que separara mi terreno del de mi vecino, me encontré enterrado en mi jardín,
un viejo cofre lleno de monedas de oro.
A mi no me interesó por la
riqueza, me interesó por lo extraño del hallazgo, nunca he sido ambicioso y no
me importan demasiado los bienes materiales, pero igual desenterré el cofre.
Saqué las monedas y las lustré.
Estaban tan sucias las pobres...
Mientras las
apilaba sobre mi mesa prolijamente, las fui contando...
Constituían en sí mismas una
verdadera fortuna. Solo por pasar el tiempo, empecé a imaginar todas las cosas
que se podrían comprar con ellas.
Pensaba en lo loco que se
pondría un codicioso que se topara con semejante tesoro. Por suerte, por
suerte...no era mi caso...
Hoy vino un señor a reclamar
las monedas, era mi vecino. Pretendía sostener el muy miserable que las monedas
las había enterrado su abuelo, y que por lo tanto le pertenecían a él.
Me dio tanto fastidio que lo
maté...
Si no lo hubiera visto tan
desesperado por tenerlas, se las hubiera dado, porque si hay algo que a mí no
me importa son las cosas que se compran con dinero, eso sí, no soporto la gente
codiciosa...